lunes, 22 de octubre de 2007

Una polémica a superar

Es el artículo de opinión escrito por Galder Reguera y que más abajo reproduzco integramente, con el objetivo de realizar un pequeño comentario al respecto, ya que puede completar mi idea, (anteriormente comentada) que , por el momento tengo de la exposición del Guggenhein "Chacun à son goût"

Galder Reguera se plantea deconstruir la polémica generada por las fotografías de Clemente Bernard desvelando los malentendidos que la han producido. Ésta es la pretensión de su texto.
A mí me parece que bo locndy



Una polémica a superar
- GALDER REGUERA -

Recogido de el Correo 21.10.07

Quienes trabajamos en el mundo del arte sabíamos que tras la inauguración de la muestra 'Cada uno a su gusto', en el Guggenheim Bilbao, surgiría cierta polémica. Sin embargo, la dirección que ésta ha tomado ha sorprendido a propios y extraños. En lugar del previsible debate sobre la representatividad y validez de los artistas seleccionados para la misma, o de la calidad del resultado de los trabajos realizados 'ad hoc' para el Guggenheim por los jóvenes artistas vascos, la discusión se ha centrado en si las obras expuestas del fotoperiodista Clemente Bernard son, como afirma la AVT, «hirientes y humillantes» para las víctimas del terrorismo.

La respuesta a esta cuestión es compleja. Da la impresión de que se trata de uno de los debates, tan tristemente habituales en nuestra sociedad, que enfrentan, en posiciones que se declaran irreconciliables, a personas e instituciones que tienen, seguro, más en común de lo que la escenificación de la polémica da a entender. En ese sentido, es una polémica que no conviene alimentar, sino
En primer lugar hay que afirmar que la intención del artista no era la de crear polémica ninguna. No es el caso típico del artista en búsqueda de popularidad gratuita. Al contrario. Clemente Bernard ha desarrollado su trabajo como fotoperiodista durante años, haciendo de la denuncia social una de las constantes de su trabajo y no se puede poner en ningún caso en duda la intención meramente informativa que subyace a sus fotografías. Él mismo, en más de una ocasión ha afirmado que sus instantáneas están «exentas de juicios de valor». Igualmente, no hay que dejar de reseñar que parte de éstas mismas fotografías han sido anteriormente publicadas por varios medios de comunicación con los que Bernard colabora, sin que haya habido polémica ninguna por ello.

Y sin embargo la AVT se muestra indignada. En el centro de la indignación subyace la solicitud por escrito de Bernard a la Fundación Miguel Ángel Blanco para la exhibición de una instantánea no incluida en la selección final que reproduce la radiografía de los impactos de bala recibidos por el concejal asesinado por ETA, así como la equidistancia con respecto al conflicto que los pies de fotos que acompañan en las fotografías finalmente expuestas deja entrever.

En el primero de los casos, entiendo que, probablemente, la negativa de la familia de Blanco partiera del hecho de que la instantánea sería exhibida en una 'muestra de arte'. El valor informativo de la fotografía quedaría desplazado por un supuesto valor 'estético' y eso era algo que, ciertamente, podría resultar vejatorio hacia la víctima. Sin embargo, aquí hay una importante confusión. El arte contemporáneo no se limita a cuestiones estéticas. Su valor reside mucho más allá, o más acá, de la cuestión de la belleza o fealdad de las imágenes. En este sentido, aún expuesta en una muestra 'de arte', el valor de una fotografía puede ser precisamente el meramente informativo, más allá de consideraciones estéticas.

De la segunda de las cuestiones, sin embargo, Bernard debería aprender una valiosa lección que, por otro lado, es desde hace décadas un tópico asumido por el arte contemporáneo: no existen los lenguajes neutrales. La mera descripción de hechos, sin valoraciones, implica ya un posicionamiento determinado. Como escribió Nietzsche, «no hay hechos, sino metáforas». En este sentido, el lenguaje utilizado en sus pies de fotos puede herir y, a tenor de los hechos, ha herido determinadas sensibilidades, precisamente por su pretensión de neutralidad. Crear polémica no era su intención, sin duda, pero un artista no vive de intenciones y es un hecho que la ha creado. En este sentido, era de prever que a partir de estos textos podría crearse un debate ciertamente desagradable. Bernard ha pecado, probablemente, de ingenuo.

Resulta, finalmente, muy triste que la exposición, que debería generar interesantes debates sobre el estado actual del arte joven local y, más allá, sobre el tema que muchos de los artistas abordan en la misma -nuestra supuesta identidad colectiva-, provoque, por un error de previsión del artista y un error de concepción de lo que hoy el arte es por parte de los ofendidos, una polémica en la que nadie gana y todos perdemos. Una polémica, además, que se da en torno a una institución, el Guggenheim Bilbao, que hoy día es, entre otras muchas cosas, probablemente uno de los más firmes símbolos del intento de superación de la sociedad vasca de la lacra del terrorismo. Recordemos que la plaza de entrada al mismo lleva el nombre de Txema Aguirre, ertzaina asesinado por ETA días antes de la inauguración de la pinacoteca. Por ello, se me antojan más que injustas las palabras de Mari Mar Blanco, en las que afirma que «en estos diez años, el Guggenheim nunca ha hecho nada para denunciar la terrible situación que se está viviendo en el País Vasco, y cuando lo hace es para humillar aún más a las víctimas y poner en un pedestal a los verdugos». Algo que ha tenido que doler profundamente a los responsables del museo, que hace sólo unos días homenajeaban la figura del policía vasco, una víctima de la violencia etarra que, con su vida, impidió que sus asesinos atentaran contra el símbolo de un futuro mejor para el pueblo vasco.

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